Tras la tormenta brilla el sol, pero ilumina solo escombros. Ves los fragmentos rotos de lo que creíste que iba a ser tu hogar, los recompones mentalmente y lo que ves te hiela el alma. Tal vez te quiso, sabes que tú le quisiste, pero entiendes que había, entre tú y el, demasiados demonios. Al amor hay que entrar con la mente y el corazón limpio, sin pasajeros del pasado, sin traumas, sin miedos ni inseguridades, y siendo sincero con uno mismo. Él se engañaba a si mismo y tú, a ratos, también te dejabas engañar.
Desde el principio tú también te engañaste, sentiste el frío pero pensaste que te llegaría a querer de verdad, a valorarte y aceptarte como su compañera, que sentiría al estar contigo lo mismo que sientes tú... Pero el amor ni se gana ni se compra, simplemente se regala, y eso nunca pasó. Pagó tu cariño con desprecio y abandono, te odió por ser tú, por no ser ella, y su mirada era implacable crítica... Al final no te otorgaba ni el derecho a ser un ser humano. Cualquier cosa sin importancia se convertía en un crimen que se te recordaba una y mil veces, y una y mil veces quería que pagaras por él. Comprendiste que para él nunca habría en ti nada bueno, que jamás estaría feliz de llevarte al lado porque eres un triste sucedáneo de quien él querría que fueras. Tú eres la culpable de todo lo que le sale mal, de todo lo que no le gusta en su vida y de todo lo malo que le pueda pasar, porque eso le dicen sus propios demonios.
Daba igual lo que hicieras, daba igual que él supiera que le querías; siempre iría a peor. Empezaron los desprecios, empezaron las humillaciones, y entre gritos y silencios empezó a tronar la tormenta. Sabías ya que era como pelear contra el viento, pero aún así luchaste una batalla de antemano perdida. Reclamaste ser alguien en su vida, reclamaste respeto y reclamaste cariño, mientras temblaban los cimientos con los silenciosos truenos. Él no tenía nada de eso para darte, no era tu amor sino tu juez y competidor, empeñado en demostrarte lo poco que eras tú comparada con él, incapaz de comprender porque no quería comprender.
Ahora solo queda frío, la pena por lo que soñaste que podía ser y los recuerdos de las veces que te dormiste entre sus brazos, tranquila, sintiendo que habías encontrado tu hogar.
Todo el sufrimiento que te causó y que no entendiste por qué, no ha sido capaz de borrar los sentimientos, no te hizo quererle menos pero si mostrar menos que le querías, y ahora sola entre los escombros quieres gritar. Quieres gritarle que le echas de menos, que te mire, que tu estabas siempre y él no te veía; no veía tu cariño, no veía tu lealtad, no veía que estando con él no te importaba el sitio. Quieres gritar aunque no sirva de nada, aunque nunca sirvió de nada. Te miraba y no te veía, te oía y no te escuchaba, le cegaban sus demonios.
Te niegas a odiarlo, pero te obligas a olvidarlo porque aún crees que es posible encontrar ese hogar, ese amor que espanta la soledad y te pinta una sonrisa, y para eso hay que llegar sin pasajeros.