La sed, remite y me repite cuando estás
cortando las aletas del salmón
que el río sólo quiso azulejar
para que no mordiera con fauces de ratón,
que no hacen mucha mella pero van
royendo las raíces cuando dices que te vas
en busca de otras alas que te ayuden a cruzar
con plomo en los bolsillos,
robé el grano a la gallina y al halcón,
lo siento, pero tuve que correr,
venían los demonios hacia aquí
cargando las trompetas,
y desde que no estás, despinto pesadillas para ti,
no caben más pecados en tus manos y, aun así,
recoges hasta el musgo que amuralla mi pesar,
que blinda mi esqueleto,
no le hagas caso al barquero,
que en volandas no te llevará si le faltan los besos,
que agazapado está como verruga ardiendo
que no ha de morir y que espera el momento
para rebrotar,
busqué refugio en otros lares y, al serrar
mi sueño tan despacio desperté
en el prado baldío donde están
muriendo los corderos,
por eso regresé, más áspero y cansado a este compás
que marcan las agujas pregonando que viví
entre tanto alboroto que no me paré a escuchar
el crujir de retamas.
Nos aferramos a cosas que simplemente no pueden ser, a personas que no tienen sitio en su vida para nosotros... En ese afán de hacernos un sitio donde no lo hay chocamos una y otra vez contra el muro de la realidad. Lo peor es saber que, de alguna manera, hay amor pero tapado con otros amores, con otros deseos, con otros planes de vida incompatibles, que chocan. En ese punto hay que elegir, si aceptas el sitio que te dan o prefieres nada si no puede ser todo, y yo, siempre, optaré por la primera opción.
Hace ya tiempo, recién salida de una relación, me hice amiga de una pareja. Eran ya conocidos, pero yo, como siempre, metida en la vorágine de mi propia vida (que pocas veces ha sido, por desgracia, tranquila) no les había hecho mucho caso. La primera impresión fue ideal; eran gente de mi edad que se había encontrado al final de muchas cosas, y llevaban una vida tranquila juntos, había hecho cada uno del otro su familia, su pareja y su amigo. Pensé que yo quería eso, después de mi último fracaso que era mucho más joven que yo. Quería un hombre de mi edad, que también hubiese acabado solo después de vivir mucho, y quisiera una compañera de vida, y pensé que esa persona había aparecido cuando conocí a alguien que aquí no tendrá nombre. Pero ni la pareja que me hizo soñar con eso ni el sin nombre eran lo que parecía.
La pareja se basaba en continuos desprecios y humillaciones hacía ella, aderezado todo con peleas sacadas de la nada y una doble vida de él, virtual, de continuo tonteo con otras mujeres. Ella no estaba sola, pero el precio era su dignidad.
El sin nombre resultó ser una persona anclada en una antigua relación, que en seguida estuvo presente entre nosotros de forma constante. Su corazón y su mente seguían con ella aunque, en la práctica, sabía que era imposible retomar esa relación, porque no estaba tan ciego como para no ver que cuando te dejan por otro el amor hace mucho que se fue. Resultó que no sabía lo que quería, y en cuanto dábamos un paso adelante buscaba en lo más absurdo problemas para no seguir avanzando, atacaba, devaluaba y abandonaba, luego se arrepentía y volvía... Hasta que ya no es posible volver, porque sería del todo y dejando atrás a todas para poder estar con una, cuando esa una, en su corazón, no era yo.
Ahora me siento derrotada en parte, pero fuerte porque me hace fuerte el recuerdo de todo lo que fui capaz de dejar atrás otras veces para seguir caminando. No quiero recordar las cosas que me ha dicho o hecho, no tiene sentido si él ya nunca estará, tengo que perdonar y seguir en una realidad donde él ya no está, aunque sienta que cada vez llevo más plomo en los bolsillos.
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