Ya no me estorba el ruido al crecer de la hierba,
la ruina manando en las fuentes,
ni el aletear de jilgueros que enturbian las venas,
que haciendo leña de patas de cama y timones
espanto a todas las culebras
y remonton el río a traspiés,
si las cuerdas del trapecio las corté
fue para subir y atarlas y ver a la luna otra vez,
y volverlas a cortar una y mil veces
y boquear como los peces cuando les toca perder,
me desentraño y el eco suena en la despensa,
yo sé que vendrá a desquitarse,
él sabe que me ha de encontrar por las mismas callejas,
vendiendo tumbas, sin rumbo, coraje, ni prisa,
vertiendo minutos de arena y haciendo senderos al caer,
y el trapecio me regala calderilla
para verme de rodillas, pero no le rezaré,
de las mechas que ha prendido en la penumbra
soy la que menos alumbra, y es que nunca quise ver,
y cuando me araña las tripas la zarza de pena que escondo,
me mezclo un ratito en el ancla que lastra mi vida
y que no llega al fondo,
poco me importa, quizá despojarme del cieno
que me habita entre las orejas,
si acaso ensuciarme el regazo para,
si se va todo a la mierda, reírme entre los lamparones
y que la humanidad entera mañana se muera y dé igual,
no quiero ser más que el esqueleto de lo que he sido,
que cuenta al oído su penar,
sólo el murmurar de los cimientos enloquecidos
que nadie ha podido desflorar.
31 oct 2011
Marea; el trapecio
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