Me acabo de encontrar esto en el face, y me ha dado por pensar en los recuerdos.
Perder los recuerdos es perderse a uno mismo, todo lo que somos está en ellos, porque en ellos está todo lo que fuimos.
Y pensando cobran vida algunos, se vuelven actuales y me dicen que sin ellos no podría comprender a las personas que viven hoy lo que yo ya viví; la experiencia nos hace empatizar con los otros, aunque nuestra vida sea ahora muy diferente a la suya.
Recuerdo mi primer piso, el primer sitio que sentí mío; no la casa de mis padres ni lugares compartidos, sólo mío. Hice uno de los muchos puzles que siempre se han ido quedando en las paredes de mis casas, lo coloqué junto a un estante y me sentí orgullosa porque por primera vez no necesitaba ni ayuda ni apoyo de nadie. No sé si alguno de los rompecabezas que arme y coloqué en las paredes de mis casas sigue ahí, seguramente inquilinos posteriores los quitaron, pero ese momento fue importante para mí.
Recuerdo el primer beso en que hubo amor, esa sensación al abrazarse después más fuerte; era como envolverse en la paz y la felicidad. Luego aprendí que siempre que se ama se termina pagando un precio, pero que el precio de no amar es una vida gris que no merece la pena. El cariño y la ternura avivan los colores del pequeño mundo de cada uno, dan calor al alma y nos vuelven menos duros, menos inflexibles, nos hacen mejores.
Recuerdo el primer palo sentimental que di casi mejor que el primero que me dieron, me sentí muy mal y jamás he vuelto a hacerlo. No tuve ocasión de pedir perdón, no por enamorarme de otro sino por no ser capaz de ser valiente y legal con un tío que nunca me había hecho ningún mal.
Recuerdo tardes en el Albaizin, noches de concierto, viajes sin destino decidido; noches locas, tener dinero y no tenerlo. Incluso recuerdo el momento justo en que aprendí la diferencia y la relación entre amor y sexo.
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