Para trabajar todos, hay que ser esclavo; si pretendemos derechos laborales dejarán de contratarnos; la forma en que suplirán el personal que necesitan no lo dicen.
No sé en qué momento la gente se volvió tan sumisa, tan convencida de que los de arriba saben lo que hacen y de que, de todas formas, nada podemos hacer por defendernos. Nos impongan lo que nos impongan es lo que hay y todos callados; callados hasta después de legislar para amordazarnos.
Cierto que tienen el poder, basta con controlar los medios de información. Pueden permitirse el lujo de ensañarse con titiriteros por una sátira, que puede ser de mal gusto o no pero no debiera ser delito en un país libre, pueden pedir dimisiones por unos post en Internet... Pueden hundir a cualquiera por las chuches que robó a los cinco años... Pero ellos se saben impunes, y muchas veces lo que hay en sus mentes sale por sus bocas con tanta claridad que me asombra ver como les continúan votando aquellos a quienes desprecian.
Lo que viene a continuación lo leí anoche, y me pareció algo tan lúcido y tan profundamente cierto que me voy a permitir la licencia de publicarlo aquí aunque el texto no sea mío. Coincido totalmente con lo que en él se dice.
Carta abierta de un hijo de una limpiasuelos
Soy hijo de una mujer que con nueve años empezó a limpiar suelos en casa de unos señoritos de mi pueblo. Esa mujer ahora tiene 72 años. Creció sin padre en una España enlutada y de silencio en la que las mujeres que fregaban suelos no trabajaban, servían. “Yo de chica servía”, ha dicho mi madre en más de una ocasión.Servir significaba lo que significaba. Trabajar mucho, quejarse poco, ganar menos todavía y aceptar que tu nivel social y expectativas de futuro estaban a la altura del suelo al que te arrodillabas para fregar a mano, por donde, una vez limpio, desfilarían los zapatos finos y elegantes de quienes pensaban que nacer pobre era un castigo divino porque ellos, su fortuna y bienestar, era lo que se merecían.
En su sociedad de perdedores y ganadores, el trozo de bacalao diario con el que le pagaban a mi madre por servirles era lo más a lo que podía aspirar una pobre desgraciada, hija de perdedores de la guerra civil y analfabeta. Pero aquella pobre y analfabeta mujer, de la Extremadura de posguerra, contra todo pronóstico no olvidaría jamás su memoria ni perdería la dignidad. Yo, su hijo, tampoco lo olvidaré nunca.
Aquella dignidad de mi madre consiguió que, harta de que le pagaran en “trocitos de bacalao” en lugar de dinero, un día se ‘jartara’ y les tirara en señal de desprecio el bacalao a los señoritos, que era el salario que le daban a mi madre a cambio de perder toda su adolescencia tirada en el suelo de rodillas para que ellos pudieran lucir estatus. Esa mujer, mi madre, antes había acarreado cubos de agua de la fuente pública a casa de los señoritos, los abuelos y padres ideológicos de los que hoy creen que Ada Colau “tendría que estar limpiando suelos”.
En el intento de insulto de la derecha cañí a Ada Colau más que insulto a la alcaldesa de Barcelona, lo que se esconde es el arsenal de desprecio y rabia que tienen y han tenido por las personas trabajadoras, a las que el máximo nivel que les permitían ocupar era el del suelo, de rodillas frente a su insaciable voracidad y odio por la gente sencilla.
En la gala de los Goya también insultaron a Pablo Iglesias y a Alberto Garzón porque “parecen dos camareros”, como si ser camarero fuera el escalafón más bajo de su sociedad clasista en la que nacer en una cuna pobre bastaría para que toda la vida estuvieras de rodilla. No insultaron a Pablo Iglesias y a Alberto Garzón, sino que mostraron todo el odio que les sangra por la gente que les pone los cafés por la mañana.
Hoy, aquellos hijos y nietos de las mujeres que le fregaron los suelos a los abuelos y padres de la derecha española, andamos por la calle con la misma dignidad con la que mi madre les lanzó el bacalao a los señoritos que se negaban a pagarle el jornal que merecía. Somos los hijos e hijas y nietos y nietas de las mujeres que les han fregado los suelos, pero somos algo más.
Además de títulos universitarios y ser hijos e hijas de la universidad pública que ahora quieren privatizar para que volvamos a estar a la altura del estropajo que usaba mi madre para fregar el suelo, sabemos de dónde venimos. Somos el símbolo más evidente de su derrota, los podemos mirar a los ojos y hasta ocupar los sillones de alcaldes, ministros y diputados en los que ellos se sentaban por la gracia de Dios. Y lo que es peor, tenemos memoria.
Raúl Solís
No hay comentarios:
Publicar un comentario