- En mi familia hay una vieja tradición élfica
según la cual, después de la cena, al primero que abra la boca para
hablar, le toca lavar los platos.
Después de una deliciosa y
copiosa cena, tras la presentación padres-novio, el joven Aragorn se
fija en la inmensa montaña de platos sin lavar que se amontonan sobre la
mesa, mientras todos los demás se sientan en silencio esperando al
primer pringaete que decida hablar, pues nadie quería lavar. Pasaron 30
largos minutos… y el joven Aragorn, un poco impaciente ya, para
acelerar un poco las cosas, toma a su novia Arwen y la besa en la frente
delante de todos. Pero nadie dice una sola palabra.
Suceden 30
larguísimos minutos más… pero nadie se pronuncia. Entonces, decide
tomar medidas extremas, por lo que la coge a ella en brazos, y sobre la
mesa misma la abre de piernas y lo da todo allí mismo. Sus gemidos se
escucharon a lo largo de todo Lórien. Nadie dice una palabra. Ahora, el
pobre Aragorn está desesperado, nadie ha reaccionado, y en su mente la
montaña de platos adopta las medidas del Caradhras, y no puede creerse
que nadie vaya a decir nada y que le vaya a tocar a él lavar… Aragorn se
fija en la suegra, Celebrian, y observa como sus élficos pechos rebosan
por el vestido que lleva puesto… y como sigue nervioso, la coge, y allí
mismo se la trajina, al estilo montaraz. ¡Pero nadie dice una sola
palabra! Aragorn está a punto de reventar y ya no sabe qué hacer, cuando
en la distancia se oyen unos truenos… Su primer pensamiento, entonces,
es proteger la espada que compró, por si llueve, así que saca de su
bolsillo el bote de vaselina… a lo que Elrond, el suegro, se levanta de
la silla y grita:
- ¡Está bien, hijo de puta! ¡Yo lavo los platos! ¡Yo lavo los platos…!
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