Al volver a casa he hecho lo mismo que llevo haciendo de lunes a jueves desde hace tres semanas. Me voy a la cocina, como algo de pie apoyada en la encimera; después me cojo una cerveza bien fría y saco del maletín el tabaco y el móvil y me voy a mi sofá. Esta noche me he encontrado que mientras yo andaba conduciendo o trabajando, no sé a que hora fue, esos cerdos sin corazón ni cerebro han matado a Excalibur. Esa ha sido la primera víctima inocente de la mala gestión de Ana Mato respecto al ébola, respecto a otros asuntos por desgracia no es la primera.
A media tarde hacemos en mi centro un recreo no programado realmente, diez minutos para echarnos un cigarro los fumadores y para despejar la mente los que no lo son. Como trabajo con adultos y sólo somos seis profesores siempre me uno a ellos y hablamos. Puesto que no les voy a examinar no tienen por qué hacerme la pelota, así que puedo afirmar que les he caído bien.
Hoy halábamos de política, de estudiar concretamente, de por qué cada vez menos gente consigue algún título y por qué cada vez cuesta más que los hijos de los obreros lleguen a la universidad. Tengo como alumno un señor mayor, con poquísima base académica, que me ha sorprendido. Ha intervenido en la conversación y ha dicho "lo que quieren es que sólo estudien sus hijos, para que los puestos buenos siempre los tengan ellos". Es curioso, porque he conocido a mucha gente culta a quienes les cuesta darse cuenta de esta realidad. Ellos imponen unas reglas destinadas solo a su propio bienestar y el de sus familias. No ha sido culpa de la auxiliar de enfermería el contagiarse, ni de su marido y menos del pobre Excalibur, pero a pesar de ser responsabilidad del estado la situación no se han molestado en poner los medios para que esta pareja no tuviera, encima, que perder a su perro. Algunos pensareis que no es tan importante, os informo de que sí. Mi perro es importante para mí, le quiero porque es parte de la familia, y si vivo para ver su muerte le lloraré como a un ser querido que pierdo.
Por cierto, ese señor mayor tiene sólo 42 años. Yo creía antes de saberlo que rondaba los 60.
La vida, cuando es dura, nos arruga antes de tiempo por fuera y por dentro. He de decir que soy afortunada, viendo gente de mi edad no me puedo quejar de la huella que me deja el tiempo en apariencia, en realidad y por dentro me parece que me falta poco para los mil años. Pensaba que lo que buscaba desde siempre era paz, y ahora que la voy rozando creo que me equivoqué.
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