Hay una película, basada en una novela de Stephen King, llamada "El cazador de sueños", en la que se nos muestra la memoria de uno de los protagonistas como un almacén lleno de cajas, estantes, puertas y escaleras, donde va almacenando y catalogando sus recuerdos, y al que llama el "almacén de la memoria". Me parece una buena metáfora de como yo creo que es en realidad.
Creo que todo aquello que nos resulta demasiado doloroso para recordarlo lo encerramos bajo una llave, lo bloqueamos para que no nos pueda hacer daño, para que sea como si nunca pasó, y de esa manera no enfrentarlo. Son esas cosas que nunca contaremos, y si las contamos nos arrepentimos al minuto de haberlo hecho, y no creo que en su mayoría sean actos nuestros, sino sucesos que nos ocurrieron sin tal vez poderlos evitar. Así que los metemos en una caja con la etiqueta "no abrir", los colocamos cuidadosamente en el fondo de un armario, echamos el cerrojo y procuramos olvidar dónde está guardado.
Dicen los psicólogos que hay que hablar de esos temas que nos traumatizan, tomar conciencia de que no somos culpables, porque si no es así se quedarán agazapados en el subconsciente manejando nuestros hilos sin que nos demos cuenta. Las penas hay que llorarlas, hay que sacar fuera el odio y la rabia... Es necesario comprender.
Estaba hoy pensando, con mi dichoso pie dolorido que no me deja dormir, y cosas de hace mucho tiempo se han mezclado con otras recientes, haciéndome comprender hasta que punto cada uno de nosotros somos un trozo de piedra que empieza siendo perfecto y pulido, y termina tallado en extrañas formas por todo lo que acumulamos mientras vamos pateando este barrizal. Supongo que soy afortunada: he sido capaz de perdonar, y vivo en el presente deseando sólo estar lo mejor posible, pasados los 40 el futuro ya llegó.
He llegado a la conclusión de que nada merece perder el tiempo enfadados con aquellos que ya no forman parte de nuestra vida, y mucho menos perderlo pasando días sin hablarnos con personas que queremos y que sabemos que nos quieren. Mirando hacía atrás la vida me parece muy corta, y conforme cumples años da la impresión de que pasan más rápido.
Con excepción de los 21 días de escayola, que parecen haber durado 21 meses, y todavía me queda un día y dos noches.
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